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8.1. La Simplicidad de la Valoración
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8.1. La Simplicidad de la Valoración

Módulo 8: Valoración de empresas

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Galician Investor
may 11, 2025
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«La inversión es simple, pero no es fácil». – Warren Buffett

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Cuando Warren Buffett pronunció esta frase, no estaba despreciando la importancia del análisis numérico ni del uso de fórmulas. Más bien, ponía el foco lo fundamental: la verdadera dificultad de la inversión radica en la claridad mental para centrarse en lo que realmente importa y en la disciplina de mantener ese enfoque incluso cuando el mercado nos bombardea con datos. Esa “simplicidad” no es una invitación a la pereza intelectual, sino a entender un negocio con suficiente profundidad como para que la valoración surja de manera casi natural —fruto de un análisis cualitativo— en lugar de ser una pila de cifras en Excel.

Esta idea cobra relevancia en el enfoque de inversión en calidad. Aquí, valoramos compañías con ventajas competitivas duraderas, márgenes robustos y directivos competentes. Por lo general, tales negocios no exigen ecuaciones enrevesadas para ver que, a largo plazo, generan más valor del que el mercado les asigna en un momento determinado. Sin embargo, muchos inversores principiantes creen que basta con volcar datos en una hoja de cálculo, presionar “Enter” y ver qué número les sale, como si el Excel fuese un oráculo. En realidad, la valoración debe ser la culminación de un proceso mucho más amplio, que arranca con cuestiones sobre la esencia del negocio, su industria y la gente que lo dirige.

A lo largo de este capítulo buscaremos desmitificar la visión simplista de que la valoración depende de un modelo cuantitativo complejo. Más bien, veremos cómo en empresas de alta calidad, con flujos predecibles y un moat sólido, unos pocos supuestos pueden bastar para aproximarnos a un rango de valor intrínseco.

La valoración como culminación de un proceso, no como punto de partida

Para muchos inversores novatos, “valorar” una empresa activa una imagen mental de tablas en Excel con proyecciones de ingresos, márgenes, tasas de descuento y otros componentes de un DCF. Esa fase numérica, sin embargo, debería llegar después de un análisis preliminar que responda a preguntas esenciales:

  1. Análisis del negocio

    • ¿Qué hace la empresa?

    • ¿Cómo gana dinero (y con qué márgenes)?

    • ¿En qué mercados opera y cuál es su perspectiva a largo plazo?

    • ¿Hasta qué punto los clientes son fieles a sus productos/servicios?

  2. Determinación de la ventaja competitiva

    • ¿Por qué un competidor no puede arrebatarle fácilmente su mercado?

    • ¿La empresa se basa en patentes, marca, economías de escala, costos de cambio, efectos de red…?

    • ¿Existe algún rasgo diferencial que sostenga sus márgenes año tras año?

  3. Evaluación de la directiva

    • ¿Quién maneja la empresa y qué historial tiene asignando capital?

    • ¿Se han reinvertido utilidades en proyectos rentables o se ha malgastado en adquisiciones innecesarias?

    • ¿Hay alineación de incentivos entre la directiva y los accionistas minoritarios?

  4. Revisión de la historia y la cultura corporativa

    • ¿La empresa se ha adaptado bien a cambios tecnológicos o competitivos?

    • ¿Existen indicios de fraudes, escándalos o mala conducta de la dirección?

    • ¿La cultura fomenta la innovación y la integridad?

La inversión en calidad coloca estas interrogantes al inicio, porque entiende que la valoración numérica, por sí sola, puede ser engañosa si no conocemos la naturaleza real de la compañía. Una vez que respondemos de forma satisfactoria esas preguntas, procedemos a un cálculo más concreto de “cuánto vale esto”. Ahí puede entrar un modelo de Descuento de Flujos (DCF) o un análisis de múltiplos, pero ya no como un acto de fe en los decimales, sino como una herramienta de confirmación de la tesis cualitativa.

La falacia de la precisión y la tentación de los grandes modelos

No hay nada de malo en afinar en los cálculos, especialmente cuando queremos proyectar flujos de caja futuros, márgenes o tasas de descuento. El problema empieza cuando, frente a la incertidumbre, uno intenta compensar su falta de conocimiento con más y más filas en Excel. La “falacia de la precisión” hace creer que, a mayor número de supuestos y pestañas, más cerca estaremos de la verdad. Sin embargo, como decía Charlie Munger:

“No es necesario poner en una báscula a una persona obesa para saber que tiene sobrepeso”.

En un negocio estable, con márgenes consolidados y un moat resistente, basta con identificar un rango realista de flujos. Por ejemplo, si invertimos en una empresa de bebidas con gran cuota de mercado y la capacidad de subir precios ligeramente cada año, no necesitamos un desglose de la demanda por cada país ni estimar cada mes la inflación de materias primas. Con un intervalo razonable y una tasa de descuento prudente, podemos concluir: “Este negocio probablemente oscile entre X y Y de valor intrínseco; si el mercado lo ofrece con un descuento claro, hay margen de seguridad.”

Por el contrario, en negocios muy cíclicos o altamente especulativos —una minera, una ‘start-up’ en biotecnología— por mucho que detallemos el Excel, la verdadera naturaleza del riesgo no desaparece: no sabemos el precio futuro de la materia prima ni si habrá disrupciones tecnológicas que vuelvan obsoleto el producto. De ahí que Buffett recalque la parte de “simple, pero no fácil”: se puede intuir con relativa sencillez si un negocio de consumo estable seguirá generando efectivo, pero no es fácil mantenerse fuera de sectores que no comprendemos, sobre todo cuando parecen ofrecer retornos tentadores a simple vista.

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